Hiroshima, Japón. Los controles sanitarios para evitar contagios del Covid-19 en Japón comienzan a relajarse (el próximo mes las autoridades pretenden quitar la obligatoriedad del uso de cubrebocas en espacios públicos y cerrados). Las barreras de acrílico se mantienen en algunos restaurantes y se procura la distancia social.
Se vive con la certeza de que el virus no se ha ido y que para el desarrollo de un turismo responsable se debe apostar a una intensa colaboración público-privada.
El gobierno local tiene la meta de atraer 60 millones de turistas internacionales para el 2030 (en el 2019 se alcanzó la mayor cifra: 31.8 millones y dos años después se registró el nivel mínimo: unos 25,000).
Y en ella trabaja bajo la tutela del primer ministro Fumio Kishida, nativo de esta ciudad, donde en unas semanas iniciará la siguiente reunión de líderes del G7 en el icónico hotel Grand Prince (en el 2016 recibió a sus ministros de Relaciones Exteriores). Hiroshima es un punto turístico y de paz para recordar el ataque atómico.
La caída de turistas fue consecuencia de que los países vecinos (como China y Corea, fuertes mercados emisores), también tuvieron cierres de fronteras. Ahora están en aperturas graduales con el objetivo de aprovechar el latente interés por salir de viaje.