Aún cuando está reevaluando su estrategia en la invasión militar a Ucrania, el presidente Vladimir Putin difícilmente puede imaginar una estrategia que le permita reivindicar una victoria, pues no solo la operación militar resultó en una “movida desastrosa a nivel geopolítico, diplomático y económico”, sino que “no hay una salida clara para justificar la pérdida de soldados rusos, sin hablar de la catástrofe que causó en Ucrania”, señala el periodista Steven Lee Myers.
Lee, periodista de The New York Times y quien fue jefe de redacción de la filial del periódico en Moscú durante siete años, dice a Proceso que, en su opinión, Putin decidió invadir Ucrania con base en un “mal cálculo respecto a la democracia en Ucrania, porque no entendió que existía esa cosa: pensaba que era una cosa impuesta por los villanos occidentales y Estados Unidos”.
“Las premisas que utiliza para tomar sus decisiones no son discutidas, cuestionadas o debatidas, por lo que estas malas decisiones podrían ser producto del propio Putin, no de las agencias de inteligencia. No sabemos exactamente qué consejo recibe Putin o no. Es algo que los archivos nos dirán en 70 o 80 años, cuando ya no estemos, por el momento ni siquiera podemos saber hasta qué punto Putin está consciente del fracaso”, opina.
Y agrega: “Al menos públicamente no hay índice de que alguien le cuente malas noticias, menos de contradecirlo de manera explícita. Es prácticamente impensable, y es el problema de ese sistema: se basa en lealtad. Yo asumo que él entiende la dimensión de las pérdidas; hay elementos que no puede no ver, hay que pagar a las familias de los muertos”.
En su libro El Nuevo Zar, publicado en inglés en 2015 y distribuido en México por la editorial Planeta, Lee relata el lento ascenso de Putin en el sistema de poder de su país, desde sus inicios como burócrata de bajo nivel en la temible KGB –la agencia de inteligencia de la Unión Soviética– hasta su ejercicio de una presidencia autoritaria, marcada por un control total sobre las instituciones y los magnates del país.
Lee terminó la escritura del manuscrito en 2014, poco después de que Putin ordenara la invasión relámpago en Crimea, donde organizó un referendo que anexó ese territorio –entonces adscrito a Ucrania– a la Federación de Rusia, una maniobra que “fue altamente popular” en el país, donde se consideraba que Crimea era parte del territorio.
En los años siguientes, Putin lanzó su Ejército en apoyo del dictador sirio, Bashar al-Asad, y el pasado 24 de febrero decidió la invasión militar a Ucrania.
–Si tuviera que hacer una actualización del libro, ¿cómo retrataría a Rusia y Putin?, se le pregunta.
“Mucha gente piensa que la guerra en Ucrania empezó el 24 de febrero de 2022, pero en realidad empezó en 2014: creo que esa decisión de invadir Crimea marcó la pauta de lo que vemos hoy, era el inicio de un nuevo periodo en el leadership de Putin en Rusia. Era mucho más envalentonado, agresivo, tiró cualquier esperanza de cooperación con Estados Unidos y sus aliados, o el Occidente en general, y llevó a Rusia a ese periodo de aislamiento cada vez mayor”.
Catástrofe geopolítica del siglo XX
En su libro, Lee exhibe el interés que Putin ha prestado a Ucrania desde su inesperada –“accidental”, dice el periodista– llegada a la presidencia de Rusia a principios del año 2000, por un “dedazo” de Yelstin.
En 2004, por ejemplo, Putin apoyó personalmente a Víctor Yanukovych, el candidato prorruso que se postulaba en las elecciones presidenciales de Ucrania para suceder a Leonid Kuchma, las cuales derivaron en enormes protestas conocidas como “la revolución Naranja” y terminaron con el triunfo de su opositor, el candidato proeuropeo Viktor Yushchenko –quien había sobrevivido a un envenenamiento–.
“Para Putin, ver Ucrania salir de la órbita de Rusia y entrar en los brazos de la Unión Europea, y Occidente –es decir, Estados Unidos, en su perspectiva paranoica– era inaceptable, era demasiado peligroso en su mente. En una manera simplista y securitaria, hablaba de la OTAN llegando a las fronteras de Rusia, lo cual es un engaño porque la OTAN ya está en las fronteras de Rusia, pero creo que era mucho más emocional: era el temor de perder una conexión política que sentía con Ucrania”.
“Para Putin, era claro que el destino de Ucrania era un asunto no terminado del colapso de la Unión Soviética. Le llamó la catástrofe geopolítica del siglo XX, no mucho después de la invasión de Ucrania. Piensa que los ucranianos no son realmente una nacionalidad distinta a la Gran Rusia”.
Lee hace referencia a un ensayo sobre Ucrania, que Putin publicó en julio pasado. El texto pasó relativamente inadvertido, hasta que lanzó la invasión de Ucrania, pues revela mucho de sus opiniones de fondo sobre el país vecino, incluyendo “el desdén para la identidad propia de Ucrania, la visión de Ucrania como parte de una Gran Rusia; aún en un término de hermandad no lo respetaba como una nación aparte”.
“Volodimir Zelensky (el presidente ucraniano) dijo: ‘Ucrania nunca amenazó Rusia’. Y es cierto: nunca pidió territorios o concesiones a Rusia. Sin embargo, Putin ve su existencia y sus vínculos con Rusia como algo que no puede romperse, que si sucediera debilitaría el Estado ruso”.
Oligarquía
Lee asegura que, tras su llegada al poder, Putin cumplió con una de sus promesas: eliminar a los oligarcas “como clase”. Explica que, si bien muchos analistas y periodistas se refieren a los multimillonarios rusos actuales como “oligarcas”, la naturaleza de estos magnates cambió en la presidencia de Putin, pues les quitó el poder político que tenían.
En el desmantelamiento de la URSS, en los años 90, Boris Yelstin llevó a cabo una ola de privatizaciones de empresas estatales, que enriqueció de manera descontrolada a un grupo de oligarcas, quienes a la par de sus fortunas tenían un gran poder en la vida política de Moscú, en parte gracias al control que tenía sobre los recursos naturales, el petróleo y el gas.
Cuando llegó a la presidencia, Putin ofreció un acuerdo a los oligarcas que surgieron de las privatizaciones: “Te quedas con los negocios y me encargo de la política”. Los que rechazaron “fueron sacados del país, forzados al exilio, tuvieron problemas legales y en algunos casos han muerto, por lo menos uno en circunstancias misteriosas”, subraya Lee.
Otros magnates han sido amigos personales de Putin, algunos desde su juventud en Leningrado –ahora San Petersburgo–, durante su carrera en el KGB, o en su camino posterior con el alcalde Anatoly Sobchak y en la administración de Yelstin, de la que terminó siendo primer ministro.
“Estas personas se hicieron de sus fortunas en los años Yelstin, pero se han mantenido leales a Putin desde ese entonces. Ya no están jalando los hilos del poder: éstos están en las manos de Putin. Y ahora esa gente debe sus fortunas a Putin, y sabe que chocar con Putin los haría terminar como los demás, como (Mikhail) Khodorkosky, entonces dueño de la petrolera Yukos, a quien imputaron un montón de delitos que lo llevaron primero a la cárcel y después fuera del país”.
Según Lee, la gente que rodea a Putin, incluyendo sus amigos magnates, comparten su “visión paranoica” según la cual los países occidentales, liderados por Estados Unidos, quieren “castigar a Rusia y mantenerla débil”, para “evitar que se vuelve un país poderoso de nuevo”. “Y esta idea dirige gran parte de su manera de pensar”, agrega.
Esa lealtad lleva a Lee a reflexionar sobre las nuevas sanciones que los gobiernos de varios países europeos y Estados Unidos impusieron a empresas y oligarcas rusos en represalia a la invasión de Ucrania. Además de congelar cuentas bancarias, confiscar yates y departamentos del primer círculo de Putin –incluyendo sus hijas–, los gobiernos están atacando el sistema financiero del país y presionando a las empresas para abandonar Rusia.
Las sanciones resultan mucho más fuertes que las determinadas en 2014, después de la anexión de Crimea y del derribo del Boeing 777 de Malaysia Airlines, presuntamente perpetrado por error por separatistas prorrusos en Donetsk.
“Las sanciones de 2014 fueron punitivas y dolieron: el valor del rublo se cayó a la mitad, provocaron privaciones en la economía de Rusia, de las que aún no se han recuperado del todo. Putin pensó que era un golpe que él podía absorber. Y especialmente porque los oligarcas, los magnates, están totalmente leales a él. Algunos incluso lo dijeron: “Dios da y Dios quita”, como para aceptar que el precio que pagar por ser leal al patriarca de Rusia. Intensificó el sentimiento antioccidental, lo que jugó en favor de Putin, políticamente”, opina.
“Su círculo está inmensamente rico y totalmente leal, y pocos se han quejado de sufrir privaciones, porque han sabido gestionar las sanciones, en parte turnándose hacia China, en parte renacionalizando la producción”, agrega.
“Creo que esta vez las sanciones son todavía más fuertes, en el sentido en que fueron contra los pilares de la economía, congelando la posibilidad para Rusia de usar sus reservas, por ejemplo. Esto golpea mucho más fuerte. Pero la cuestión en mi mente, y no estoy en postura para juzgar, es si serán suficientes para que Putin cambie su camino: y yo no creo que funcionen”.
“No dudo que exista una profunda animosidad entre la élite rusa contra Putin por haber hecho eso, por sus consecuencias. Pero de ahí a que alguien se queje públicamente o haga algo al respecto, es otro tema”, dice Lee.
Y suelta: “Cuando ves las sanciones impuestas en personas que lo rodean, creo que muchos van a decir que prueba su punto: que Occidente siempre estuvo en su contra, que Occidente lo está haciendo para atacar Rusia. Es lo que oyes en los medios ahora mismo: que Estados Unidos está atacando Rusia”.
–¿La gente en los países occidentales y sus líderes entienden ahora a Putin?
“Creo que había –o hay– gente, especialmente en Europa y en Estados Unidos, quienes sienten que de algún modo se puede negociar o llegar a un entendimiento con Putin. Y creo que lo que hizo ese conflicto, ese ataque masivo y no provocado a un país soberano, fue despertar a la gente que quizás estaba en la defensiva sobre esta cuestión. Lo ves en la manera en que europeos y otros aliados occidentales se han unido en respuesta a este ataque, ya sea por su apoyo a Ucrania, pero también por las sanciones contra Rusia, y estamos hablando de países como Japón, Nueva Zelanda, que veían a Rusia desde lejos. Creo que despertó a la gente ante la amenaza que Putin representa”.
–¿Cómo se explica la popularidad de Putin en otros países, como en algunos sectores de México?
“Creo que, en el mundo, Putin se ha presentado como un defensor de valores conservadores, de patriotismo, y creo que es intencional y tiene resonancia. Se muestra como un defensor de los valores familiares –lo que es irónico porque se divorció–, contra esta liberalización de la economía, habla con ironía del género, y creo que este mensaje encuentra eco en países, como en Estados Unidos.
Una parte de su imagen se construye con propaganda, otra parte con desinformación. Creo que hay otro elemento que hemos visto en los años recientes, como en Siria, de que Putin se muestra como el líder del mundo que se levanta y reta a Estados Unidos. No siempre en una forma constructiva, no creo que alguien en Siria que no sea del gobierno sirio esté contento con lo que hizo Rusia ahí, pero este sentido de que “es el tipo que enfrenta al todopoderoso Estados Unidos y va finalmente a ponerlos en su lugar”. Esto tiene eco en Medio Oriente, en América Latina, en África –aunque ahí creo que China está tomando el control–… Estados Unidos siempre te dice qué hacer con los derechos humanos, siempre trata de poner en poder a sus aliados.
–¿De quién es la guerra actual en Ucrania?
“Rusia, el gobierno ruso, el Ejército ruso, invadieron Ucrania. Estás luchando contra la desinformación rusa, que es organizada por la rama mediática del Kremlin. Entonces es el esfuerzo de todo un país. No diría que es la guerra de Putin, porque evidentemente no la está peleando, y probablemente muy poca de su gente lo está haciendo, pero creo que el sistema que Putin creó es tan dominado por él que es imposible pensar que otra persona pudo influenciar o cambiar sus decisiones. Son las decisiones de un hombre.
En el caso de Estados Unidos, en cualquier acción militar en otros países, hay procesos, debates, el Congreso debe votar… no hay ninguna de estas herramientas de rendición de cuentas y contrapoder en Rusia. Entonces tampoco es falso decir que es la guerra de Putin, porque es quien la ordena y lidiará con sus consecuencias”.