Abrumadas por la muerte de un ser querido, y sin poder habituarse a las limitaciones que impone la emergencia sanitaria por el Covid-19, gran cantidad de ciudadanos ha tratado de recurrir a métodos violentos o ilegales para acompañar a los panteones a sus familiares a costa de lo que sea.
Durante la fase más aguda de la contingencia, prácticamente todas las semanas ha habido algún incidente ríspido en el cementerio de San Nicolás Tolentino que ha ameritado la intervención de la policía, generado por la insistencia de los deudos de personas fallecidas que desean asistir en forma masiva a un sepelio o se niegan a seguir los protocolos de acceso, de acuerdo con autoridades de ese panteón.
Marco Antonio Martínez, jefe de seguridad del camposanto –ubicado en la alcaldía de Iztapalapa–, es uno de los servidores públicos que han tenido que aprender a lidiar con el dolor, el enojo y la frustración de muchos dolientes que no están dispuestos a seguir las reglas de prevención.
Aparte del coronavirus, existe la problemática de la carencia de educación adecuada. La gente está acostumbrada a hacer lo que quiere y a culpar a los demás en vez de ver lo que ellos no están cumpliendo. Debemos seguir un protocolo que cuida tanto a los dolientes como a nosotros mismos, pero las personas no quieren hacer caso, lamenta.
Entre las reglas de seguridad que se siguen en este y otros cementerios de la ciudad en tiempos de pandemia figura que pase el menor número posible de visitantes (de preferencia, no más de cinco), además de no permitir el acceso de niños, adultos mayores y embarazadas, usar cubrebocas y guardar sana distancia.
Sin embargo, entre el dolor que sufren y la falta de apego a las normas, muchas personas han tratado de eludir estas limitaciones al afirmar que su ser querido no murió por Covid –aunque el acta de defunción lo diga–, traer cortejos fúnebres integrados por decenas de personas, tratar de dar sobornos e incluso saltarse la barda perimetral del panteón, que tiene una superficie de 111 hectáreas.
En alguna ocasión, cuenta Martínez, los deudos de una persona fallecida lo amenazaron con retenerlo si no dejaba pasar un autobús con al menos 60 pasajeros a asistir a un entierro. Sólo haciéndoles ver que eso sería tipificado como secuestro y generaría un conflicto mayor, el guardia logró evitar que entrara una multitud a un lugar de riesgo de contagio.
Este es un trabajo de concertación e intentamos que vean que sentimos empatía. Es triste tener que negarle a parte de la familia que entre; muchos lloran, se desmayan, dicen que el virus no existe o se ponen agresivos y nos insultan. Nosotros les explicamos que es por su propia seguridad, pero mucha gente está acostumbrada a hacer lo que quiera.
Por su parte, Óscar Garnica, coordinador de velatorios y crematorios del cementerio, indica que el número de servicios de cremación ha ido a la baja desde la semana anterior, pero aún así sigue siendo alto, en buena medida porque en San Nicolás Tolentino hay cuatro hornos que pueden trabajar al mismo tiempo.
Un elemento que ha retrasado aún más la labor de los horneros, explica, es la obesidad o el sobrepeso de muchas de las personas fallecidas, pues si el cuerpo de una persona de 85 kilos tarda tres horas en desintegrarse hasta las cenizas, hemos llegado a cremar gente de 120 y hasta 150 kilos de peso, y eso afecta el desempeño del horno, pues puede tardar hasta cuatro horas y media.
De acuerdo con el hornero Sacramento Garnica, uno de los ocho empleados que se encargan de esa tarea en dos turnos, en la actualidad se creman unos 16 cuerpos al día, cuando hace algunas semanas llegaron a ser hasta 35.