En los campeonatos de natación femeninos de la Ivy League de esta semana, muchas personas estarán atentas a lo que haga Lia Thomas, una estrella del equipo de la Universidad de Pensilvania. En los últimos meses, Thomas ha sido noticia no solo por su velocidad —ganó con comodidad una carrera en Ohio que se volvió viral—, sino también por su identidad de género.
En 2019, mientras competía en el equipo masculino, Thomas comenzó la transición médica, que consiste en tomar bloqueadores de testosterona y estrógeno. Aunque sus tiempos de nado se redujeron de forma considerable, Thomas sigue siendo una de las mejores competidoras en varios eventos femeninos. Eso ha generado preguntas sobre el papel de la testosterona en el rendimiento deportivo.
Algunos han pedido que se le prohíba participar o que se la separe de la competencia regular, pues alegan que su cuerpo experimentó cambios durante la pubertad que le dieron una ventaja permanente e injusta. Sin embargo, otro grupo de personas sostienen que no existe ninguna justificación para excluir atletas transgénero como ella.
Las organizaciones que rigen la natación universitaria han emitido reglas contradictorias sobre los atletas transgénero en las últimas semanas. A principios de este mes, USA Swimming anunció un nuevo requisito en el que las mujeres transgénero debían suprimir sus niveles de testosterona durante tres años antes de competir, una regla bajo la cual Thomas habría sido excluida. Pero la semana pasada, la NCAA, asociación nacional rectora de los deportes universitarios, afirmó que anunciar una nueva regla a la mitad de la temporada sería injusto, lo que le permitirá a Thomas competir en los campeonatos de la NCAA en marzo.
Estas preguntas complejas sobre la naturaleza de la condición física no son nuevas en el deporte femenino. Han surgido muchas veces durante el siglo pasado, sobre todo cuando una atleta considerada “demasiado masculina” comienza a ganar. Las autoridades deportivas se han apoyado en pruebas médicas —anatómicas, cromosómicas u hormonales— para determinar si son aptas para las categorías femeninas, mientras al mismo tiempo no les exigen pruebas similares a los hombres.
Pero en el ámbito del rendimiento físico de élite, donde la biología extraordinaria es la norma, la ciencia nunca ha proporcionado respuestas claras.
“Al final, se trata de cómo razonamos sobre quién es una mujer, ¿verdad?”, dijo Katrina Karkazis, antropóloga del Amherst College y coautora de Testosterone: An Unauthorized Biography.
“Por supuesto, durante mucho tiempo el deporte no ha estado a la vanguardia del género, la igualdad y la inclusión”, dijo. “Así que no sorprende que estemos teniendo este tipo de debate”.